sábado, 6 de julio de 2019

LA ESPIRITUALIDAD DE LOS MARINOS Y PESCADORES
Pe. Alfredo J. Gonçalves, CS
      Saudade es una palabra típicamente portuguesa, con una traducción cercana de “nostalgia”. En su origen, está fuertemente vinculada a la aventura histórica de las navegaciones, en el siglo XVI. Se puede decir que esa palabra tiene su cuna en el mar. Los marinos y pescadores, en sus prolongadas ausencias de meses y a veces de años, sufren saudade de la tierra, de sus familiares, de sus hogares, de su amada, en fin, de su patria. El término tiene sí un sabor de nostalgia, pero es difícil traducir en otro idioma lo que es más típico del concepto portugués de saudade.
      Yo mismo he nacido en una isla portuguesa – Madera – y todos los días me deparaba con las olas del mar, ellas me han hecho desarrollar sueños de aventuras por el océano y, aunque jamás los haya realizado, he me dado cuenta de la fuerte atracción que ejerce la tierra firme para quien se encuentra sobre las aguas. Tierra y agua constituyen dos polos que mutua y contradictoriamente se atraen y se excluyen.
    Hay un poema de Fernando Pessoa que expresa muy bien lo que estamos tratando de decir. Voy a citarlo en portugués. Quizás alguien pueda después traducirlo:

                        Oh mar salgado, quanto de teu sal são lágrimas de Portugal?
                        Por te cruzarmos, quantas noivas ficarão por casar,
                        Quantas mães e viúvas vivem a chorar!
                        Valeu a pena?
                        Tudo vale a pena quando a alma não é pequena.
                        Pois Deus ao mar o abismo deu,
                        Mas nele é que espelhou o céu!”

Oh mar salado, cuanto de su sal, son lagrimas de Portugal
Por ti cruzaron, cuantas novias se quedaron sin casar
Cuantas madres y viudas viven para llorar
¿Valio La pena?
Todo vale pena cuando el alma es pequeña
Pues Dios al mar, abismo dio

      Este concepto de saudade puede servir de puente para plantear el tema de “la espiritualidad de los marinos y pescadores”. Desde San Agustín hasta los días de hoy, pasando por los documentos de la Doctrina Social de la Iglesia, sabemos que todos somos extranjeros en la ciudad terrestre, caminando hacia la ciudad de Dios. No es difícil imaginar que entre los marinos y pescadores, además del sueño de volver a su familia y, como ciudadano, a su patria, también “tiene el corazón inquieto hasta que no descansa en Dios”, para seguir con San Agustín. El mismo Jesucristo transforma los pescadores en sus primeros apóstoles, tal vez para recordarnos que estos hombres del mar tienen gran sensibilidad para todos aquellos que buscan la patria definitiva.
     El mar tiene sus riesgos y “sus abismos”, para seguir Fernando Pessoa, pero alarga el alma, no permite que se quede pequeña. Navegar sobre las olas hace reflexionar sobre lo importante que es tener los pies sobre la tierra firme. Por otro lado, hace reflexionar también en la grandeza de los océanos, del planeta, del firmamento, del universo e del mismo Creador. Navegar días o meses sobre el agua, entre el azul del mar y el azul del cielo, lleva a mantener el espíritu abierto a la presencia de Dios.

Documentos de la Iglesia
     Dentro de la Doctrina Social de la Iglesia podemos detenernos sobre algunos documentos directamente vinculados al tema de la movilidad humana, de forma particular al Apostolado del Mar: Exsul Familia, Pastoralis Migratorum Cura, Erga Migrantes Cartitas Christi, el Documento de Aparecida, entre otros. En ellos aparece la solicitud de la Iglesia, no solamente con los marinos e pescadores, pero con todos los emigrantes, inmigrantes, refugiados, itinerantes, errantes, prófugos, etc. La misma historia de Jesús, como bien sabemos, es una trayectoria de migración. A la hora de su nacimiento, José y María estaban fuera de su región y para ellos “no había lugar dentro de casa” (Lc 2,7). Jesús tuvo que nacer en una gruta, entre animales. Tras la persecución de Herodes, tuvieran nuevamente que refugiar-se en Egipto, en una aventura llena de peligros. También su crucifixión ocurrió fuera de los muros de Jerusalén. En verdad, Jesús nace y muere en la frontera de la ciudadanía. La frontera es como una especie de no lugar – utopía – donde el Reino de Dios tiene sus raíces más profundas. El que pasa por la experiencia del no lugar, se encuentra más abierto a los cambios y sorpresas de la historia y, por eso, a la acción de la gracia de Dios en la trayectoria de la humanidad. Así que la solidaridad para con los pobres o víctimas de nuestras sociedades asimétricas e injustas es, en nuestro caso de la Pastoral de la Movilidad Humana, la solidaridad para con Jesús en nuestros hermanos peregrinos en la tierra, en el mar y en el aire. “Yo era peregrino y me acogiste” (Mt 25,35).
      La Constitución Apostólica Esxul Familia ha sido publicada en 1952 por el Papa Pio XII, sobre el tema de los cuidados espirituales a los migrantes. El documento se divide en dos partes: solicitud maternal de la Iglesia por los emigrantes y normas para la asistencia espiritual a los emigrantes. En la primera parte, el Pontífice hace una retrospectiva de los gestos significativos de la Iglesia para con los extranjeros, a lo largo de la historia. Entre ellos, en 1922, Pio XI aprueba la obra del Apostolado del Mar. Un año antes de la publicación de la Exsul Familia, el mismo Papa Pio XII aprueba la Comisión Católica Internacional para las Migraciones, fundada en Ginebra, Suiza, en 1951. La segunda parte de la Esxul Familia representa una especie de estatuto, un conjunto de reglas e atribuciones, con las respectivas competencias. Entre estas, en tercer lugar, está la de los directores, los misionarios de los emigrantes y de los capellanes de bordo. Cada uno de ellos tiene su misión especial de acompañar un grupo específico de migrantes, donde podemos destacar los marinos y pescadores.
      El Papa Paulo VI ha publicado dos documentos donde aparece la preocupación con el Apostolado del Mar. El primer fue Pastoralis Migratorum Cura, carta apostólica en forma de “motu proprio”, sobre el cuidado apostólico para con los migrantes. En el capítulo reservado a la Sagrada Congregación para los Obispos, siguen algunas atribuciones, ya sea de la misma Congregación, ya sea del Consejo Pontificio para las Migraciones, como también de las obras para el Apostolado del Mar, del aire y de los nómadas.
   También en la carta apostólica Apostolicae Caritatis, nuevamente “motu proprio” de 1970, sobre la Pastoral de las Migraciones y del Turismo, se repite el cuidado especial de Paulo VI para con los emigrantes, para con el Apostolado del Mar, el Apostolado del Aire y el Apostolado de los Nómadas.
     Notase que esas tres categorías siempre aparecen juntas. El marino, el aviador y el nómada representan personas en constante peregrinación. No tienen lugar fijo. Es como se caminaran con su casa a las espaldas, respectivamente, el navío, el avión o la carpa. Recuerdan, por eso, la condición de cada uno de nosotros sobre la faz de la tierra: camineros en tierra extraña, en el desierto, en búsqueda de la Casa de Dios. Se amplia aquí la espiritualidad de los marinos y de los pescadores como condición de la espiritualidad de quien trabaja con la movilidad humana, pero también como elemento de toda la espiritualidad humana. El marinero y el pescador, caminantes por necesidad de su trabajo, son como prototipos de todos los caminantes que en la travesía del desierto de la tierra sufren y sueñan con el oasis del cielo.
Erga Migrantes Caritas Christi
     Tanto la Instrucción Era Migrantes Caritas Christi, del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes y los Itinerantes, cuanto los escritos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, para la Jornada de las Migraciones, han insistido sobre el tema de las migraciones como “señal de los tiempos”, lo que exige una atención permanente de la Iglesia y de los cristianos. El documento retoma el espíritu del Concilio Vaticano II y, citando el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia, Christus Dominus, sobre la temática de los migrantes, concluye que “debido a la condición de vida, no poden gozar suficientemente del común y ordinario cuidado pastoral de los párrocos, o son privados de todo, como son los numerosos migrantes, los exilados, los prófugos, los marinos, los aviadores, los nómadas y otras semejantes categorías de personas”.
     Y continua el documento: “finalmente los padres conciliares invitan las conferencias episcopales, sobretodo las nacionales, a dedicaren especial atención a los problemas más urgentes referentes a las categorías humanas mencionadas” (EMCC, nº 21). Una vez más, se constata, también en el Vaticano II, que las categorías de trabajadores del mar (marinos y pescadores), aviadores y nómadas caminan lado a lado en la preocupación de la Iglesia. Son aquellos que tienen los pies fuera de la tierra y de la patria y, quizás, el corazón y la cabeza en búsqueda de otra patria. Tienden, por eso, a una mayor abertura a la presencia y acción de Dios en los caminos de la humanidad. Tal vez que, como los pájaros, se encuentren más libres de tantas cosas que normalmente nos prenden el corazón en la tierra.
    Pero dos grandes novedades de la Erga Migrantes Caritas Christi tienen que ver con nuestro tema. La primera es que el documento destaca la importancia de una integración entre los dos polos de la migración: “es indispensable que entre las Iglesias de origen y aquellas de llegada de las corrientes migratorias se instaure una intensa colaboración”. En el caso del Apostolado del Mar, hay varios orígenes y varios destinos a la vez. De ahí la necesidad de casas y de servicios de acogida en los principales puertos de paso (Santos, Callao, Iquique, Panamá, solo para citar algunos), como por ejemplo los Stella Maris. Ahí se posibilita un intercambio cultural de valores distintos que a todos puede traer nuevas y sorprendentes riquezas.
    Con esa posibilidad llegamos a la segunda novedad del documento. Los encuentros de los marinos en casas apropiadas para ello, los convierten en verdaderos misioneros. De hecho en el encuentro de distintos pueblos y distintas culturas en un espacio único, los mismos migrantes se vuelven evangelizadores unos de los otros. Es lo que la Doctrina Social de la Iglesia ha repetido numerosas veces al acentuar la idea de que en cada corazón humano y en el corazón de cada cultura existen semillas del Verbo de Dios. Estas semillas no pueden dejar de migrar junto a los grupos de migrantes. Más adelante, volveremos a ese tema en el Documento de Aparecida y en las preocupaciones del Papa Benedicto XVI.
    Por el momento, vale la pena subrayar la importancia del capelán misionero de los migrantes, donde también se incluye el capelán del Apostolado del Mar. Recuerda el texto en la parte III que el “capelán misionero deberá ser el hombre-puente, que pone la comunidad de los migrantes en comunicación con aquella de acogida (…). El capelán misionero de los migrantes, aunque fundamente su pastoral considerando el aspecto étnico y lingüístico, sabe muy bien que la asistencia de los migrantes debe traducirse también en construcción de una Iglesia con el sello ecuménico y misionero” (EMCC, nº 77). En cuanto a los marinos y pescadores, para que ellos se sientan parte de la Iglesia, es importante que encuentren en cada porto la posibilidad real de expresar su fe, ya sea con la presencia del capelán en los navíos, ya sea con lugares apropiados para que puedan encontrar-se.
Documento de Aparecida
    La V Conferencia General del Episcopado Latino-americano y Caribeño tuvo claramente un hilo conductor y una motivación subyacente. El hilo conductor está en el título general del documento, pero también en los títulos de casi todos los capítulos. Se trata de la vida, es decir, que nuestros pueblos latino-americanos y caribeños, en Jesucristo, tengan vida y vida en plenitud. En este sentido, no hace falta recordar, la vida de los pueblos depende de la defensa de la biodiversidad, o sea, de todas formas de vida.
    La motivación que subyace al documento es el Pentecostés. De la misma forma que el Pentecostés al inicio de la Iglesia ha transformado los discípulos en misioneros de la Buena Nueva del Evangelio, hoy en América Latina y Caribe somos invitados a un nuevo Pentecostés, para que cada bautizado, cada pastoral, cada movimiento, cada comunidad, cada parroquia, cada diócesis, en fin, para que toda la Iglesia vuelva a ser misionera. Una vez más, estamos aquí en la atmósfera del Vaticano II, sea en el decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, sea en la constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, invitada a ser toda ella misionera.
    Lo primero que llama la atención es que los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, vuelven una fuerte mirada pastoral hacia los migrantes, tratando de sensibilizarse y sensibilizar toda la sociedad frente al dolor y a los sueños de ellos. Diferentemente de las tres primeras conferencias – Río de Janeiro, Medellín y Puebla – y al igual que la conferencia de Santo Domingo, los obispos reservan todo un subtítulo para el fenómeno de la movilidad humana. Además de esos números dedicados al solo problema de las migraciones, los pastores se refieren a esa temática en el decorrer de todo el texto. Uno de los fenómenos más importantes en nuestros países” – constatan los obispos en Aparecida – “es el proceso de movilidad humana en que millones de personas migran o se ven forzadas a migrar dentro y fuera de sus respectivos países” (DA, n°  73).
    No seria difícil pensar en los marinos y los pescadores cuando, en Aparecida, los obispos insisten que “esa diversidad [de migrantes] incluye comunidades que se han formado con la llegada de diferentes denominaciones cristianas y otros grupos religiosos. Asumir la diversidad cultural, que es el imperativo del momento, necesita superar los discursos que pretenden uniformizar la cultura, con enfoques de modelos únicos” (DA, nº 59).
     Entre los rostros que más sufren y que representan la imagen del mismo Jesucristo sufriente, expresión que viene de la Conferencia Episcopal de Puebla (nº 31-39), los obispos agregan el de los migrantes. Y luego dicen que “es expresión de caridad, también eclesial, el acompañamiento pastoral a los migrantes. Hay millones de personas que por diferentes motivos están en constante movilidad. En la América Latina y Caribe los emigrantes, desplazados y refugiados, sobretodo por causas económicas, políticas y de violencia, constituyen un hecho nuevo e dramático” (DA, nº 411). En “constante movilidad” se encuentran igualmente los marinos y los pescadores, aún más necesitados de atención por moverse no sobre la tierra, sino sobre las aguas.

Elementos de Espiritualidad
    Desde esa realidad, el documento apunta en tres direcciones que nos ayudan a plantear la espiritualidad a partir de los marinos y pescadores. La primera es que “la Iglesia, como madre, debe sentirse como iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno creciente de la movilidad humana, en sus diversos sectores”, lo que incluye naturalmente el Apostolado del Mar. Y sigue el texto: “[La Iglesia] considera indispensable el desarrollo de una mentalidad y espiritualidad de servicio pastoral a los hermanos en movilidad, estableciendo estructuras nacionales y diocesanas apropiadas que faciliten el encuentro del extranjero con la Iglesia particular de acogida” (DA, nº 412). Claramente estamos frente a la actitud del Buen Pastor. Este se preocupa, ante todo, por las ovejas más distantes, más enfermas, más vulnerables, más frágiles y debilitadas. No hay que olvidar que, hoy día, tanto los marinos cuanto los pescadores, son categorías extremamente vulnerables a la ganancia de las grandes empresas de transporte marinero, por una parte, o a la pesca industrial y predatoria, por otra. La mirada de pastor es aquella que es capaz de dejar las noventa y nueve ovejas del rebaño para detenerse sobre las heridas y cicatrices de aquellas que son víctimas de explotación y abandono.
     El segundo aspecto es, una vez más, la insistencia del documento sobre la responsabilidad de las Iglesias particulares de los dos polos de migración. “Para lograr ese objetivo [de acogida a los migrantes] se hace necesario reforzar el diálogo y la cooperación de salida y acogida entre las Iglesias, a fin de dar atención humanitaria y pastoral a los que se movilizan, apoyándolos en su religiosidad y valorando  sus expresiones culturales en todo lo que dice respecto al Evangelio” (DA, nº 413). Como se puede constatar, este aspecto es decisivo. Si aquel que se encuentra en permanente movilidad, como es el caso del marino, puede contar en cada puerto con ambientes eclesiales, tiende mucho más fácilmente a mantener su fe y esperanza. Donde quiera que se encuentre, la Iglesia, a través del capelán o de otros misioneros, estará presente. Como decía Mons. Scalabrini, el padre y apóstol de los migrantes, fundador de las congregaciones e institutos que hoy tienen el carisma de trabajar con la movilidad humana, “donde trabaja y sufre el migrante, ahí está la Iglesia”.
     Se miramos a la Primera Carta de Pedro, escrita “a los que viven dispersos como extranjeros”, el Apóstol va a decirles que la unión entre ellos es la “casa de Dios”. Casa en este contexto comporta un doble significado: es un ambiente familiar donde la persona encuentra refugio, amistad y solidaridad, pero el concepto tiene también el sinónimo de patria, de reencuentro con un suelo seguro y sólido. Es lo que pueden ofrecer los centros de Stella Maris y la Pastoral de los Pescadores.
    Por fin, el Documento de Aparecida desafía los inmigrantes a convertirse, a su vez, en discípulos y misioneros en sus lugares de destino. En este tercer aspecto, los marinos y pescadores son interpelados e invitados a transformarse, ellos mismos, en evangelizadores. Citando nuevamente a Mons. Scalabrini, la migración se vuelve camino de evangelización. Al cruzar los mares y los puertos, esos trabajadores llevan con ellos los valores y expresiones de su cultura. El entrelazamiento de esos valores, es factor innegable de evangelización. El migrante, al mismo tiempo que cuestiona el orden mundial injusto, el cual obliga a tantas personas a dejar su patria, apunta para la necesidad de cambios de las estructuras económicas y sociales. En una palabra, se vuelve profeta de nuevos tiempos. Además, para volver a Scalabrini, abre las fronteras de su patria en términos del sueño de una ciudadanía universal.
    En el caso concreto de los marinos y pescadores, el tema del medio ambiente hace parte de su preocupación y, por supuesto, de su espiritualidad. De hecho, cuando se contaminan las aguas de los ríos y de los mares, el pez se muere. Y si se muere el pez, no hay como alimentar la familia. Así que, el cuidado ecológico con la biodiversidad es, a la vez, el cuidado con la vida de cada uno. El ecosistema es una obra de Dios que debe ser preservada para que la vida humana también lo sea. Resulta entonces, que una actitud de contemplación frente a la creación divina gana primacía sobre el uso indiscriminado de los recursos naturales. La explotación incorrecta y el uso injusto de los bienes de la naturaleza es sustituida por una convivencia y coexistencia pacífica y contemplativa.

Pluralismo cultural e religioso
   Podemos iniciar este último párrafo con una frase de Benedicto XVI: “La realidad de las migraciones no debe nunca ser vista solo como problema, pero también y sobretodo como gran recurso para el camino de la humanidad” (Ângelus, 14/01/07). Volvemos aquí a la Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi, en su segunda parte. Está en juego el tema de la inculturación, con sus dificultades y desafíos. Hoy vivimos en una sociedad cada vez más plural, ya sea desde el punto de vista cultural, ya sea desde el punto de vista religioso. Especialmente los migrantes, y de manera especial los marinos, se encuentran a cada día con los “mil rostros del otro”. Esos seguidos encuentros con el otro exigen una profunda espiritualidad cristiana, si se quiere aportar algo de la Buena Nueva de Jesucristo a la riqueza espiritual de la humanidad. Hay que desarrollar una fuerte intimidad con el Dios de Jesús, al lado de un gran conocimiento del Evangelio, si se pretende un encuentro enriquecedor con otras experiencias religiosas.
     En esta perspectiva, son importantes palabras como: escucha, dialogo, respecto, apertura, en el sentido de evaluar los valores y contravalores de cada cultura. “Aquí no basta la tolerancia” – afirma la Instrucción – “es necesario simpatía y respeto, en aquello que es posible, de la identidad cultural de los interlocutores. Reconocer los aspectos positivos y apreciarlos, porque preparan para acoger el Evangelio, es un preámbulo necesario para el éxito del anuncio” (EMCC, nº 36).
      Estamos hablando del paso del multiculturalismo al inter culturalismo. Los marinos en sus largos recorridos y en sus encuentros y reencuentros con distintas nacionalidades, nos enseñan que no basta una convivencia pacífica entre los pueblos y culturas diferentes. Es necesario avanzar más lejos, promover el encuentro y el diálogo, para lograr un enriquecimiento recíproco. Muchas culturas pueden estar juntas, pero cerradas una delante de la otra. ¿Cómo romper estos “guetos” que impiden la comunicación? ¿Cómo darse cuenta de la presencia de Dios en cada hermano y en cada cultura? En la Iglesia no hay extranjeros, somos todos hermanos, nos recuerda el Papa Benedicto XVI. Mientras para muchos gobiernos y para las autoridades de las leyes migratorias en general, el migrante suele ser un problema, para el Papa y para nosotros de la Pastoral de la Movilidad Humana, el migrante debe ser una oportunidad. El gran desafío es la superación de la tolerancia religiosa y cultural y el paso a un inter culturalismo que a todos puede abrir nuevas puertas para el Reino de Dios.

Conclusión
     El tránsito continuo entre tierra, mar y cielo, propio de los marinos y de los pescadores, ayuda a ampliar los horizontes y el sentido mismo de la vida. Uno se da cuenta, con más facilidad que su travesía por la faz del planeta tierra es rápida y provisoria. Se desprende más fácilmente de los bienes terrenos, en la búsqueda del infinito. Cuando uno descubre que la vida terrena es efímera, fugaz, pasajera y transitoria, pasa a identificar y valorizar a distintos valores, a la vez invisibles y eternos.
     Eso se traduce en varias parábolas del Evangelio, como el tesoro oculto en el campo, la moneda perdida, el avariento que muere aquella misma noche, entre otras. El hecho de tener los pies ora en el suelo firme ora en el agua, hace con que los marinos y pescadores, aunque tengan raíces profundas en los dos campos, están teóricamente más capacitados para arrancarlas, y caminar en búsqueda de la patria celeste.
     La vida de las gentes del mar, por largos días e meses sobre el balance de las olas, enseña reflexionar, a darse cuenta de las cosas superfluas o relativas, para concentrarse en las cosas esenciales y en el Gran Absoluto. Es un trabajo y una vida propensa a desarrollar momentos místicos, llenos de gracia y sabiduría. También la alternancia entre presencia y ausencia de la familia, por más extraño que parezca, puede ayudar a valorizar los valores familiares, de vecindad, de proximidad, de convivencia fraterna. De ahí, por ejemplo, la gran necesidad que tienen ellos de comunicarse con sus parientes cuando llegan al puerto.
 

 

 

 

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