UN “TERRÍCOLA”INFILTRADO
EN EL MUNDO DE LA MAR
No soy un auténtico “hombre de Terranova”. Nunca lo fui. Y no por mi
condición de ser de Vitoria- Gasteiz (tierra adentro hubo siempre mucho
enrolado en las tripulaciones), sino por “infiltrado” en un ambiente que no era
el mío. Para empezar, “un cura en Terranova”. Debo explicarme. Estuve trece
años en el seminario-universidad de Comillas, con un panorama abierto a la mar
cantábrica. Allí me enganché a la academia del Apostolado del Mar.

Fue una travesía con carga y descarga
en Amberes y Rotterdam desde el puerto de Santander. Sería mi primera y dura experiencia
de “pato mareado”, en el canal de la Mancha y el Mar del Norte. Llevé muy mal
el oleaje y temporales. Iba de incógnito de mi verdadera condición (solo el
capitán del buque estaba en el ajo) con idea de no poner barreras añadidas a mi
bautismo marítimo. A bordo me conocían como “el estudiante”, trabajaba en un
trabajo sociológico sobre la vida en la mar. Mi secreto, sin embargo se rompería
estrepitosamente en Rotterdam. Allí me descubrieron. Con otros compañeros de a
bordo habíamos salido a dar una vuelta por los muelles. En nuestros correteos,
aterrizamos en el Club “Stella Maris”, el más importante y conocido de Europa.
Estando en el bar les comenté que quería saludar en su despacho al famoso y
controvertido Padre Adriano, capellán del Club. Me invitó, ya que llevaba diez
días sin poder celebrar misa, a hacerlo privadamente en la capilla del Club.
Estaba acabando cuando se abrió la puerta y aparecieron mis compañeros que me
buscaban por toda la casa. Se quedaron de una pieza, después indignados. –“Nos
has engañado... eres un traidor, un infiltrado espía de los curas…”–.
Tenían razón de enfadarse, pero acabaron entendiendo, mal quebien, mis explicaciones
y motivos: que “quería conocer desde dentro y sin cortapisas, como uno más,
el mundo de la mar al que me iba a dedicar…“. Sellamos con unas cervezas
en el bar nuestro entendimiento y siguieron llamándome “el estudiante”. En todo
caso mantuve también mi condición de“pato mareado” hasta el desembarque en
Santander.
Mi suerte de ir a Terranova se decidió en el mismo Santander donde
eventualmente colaboraba en el Club del Poblado de Pescadores. En Marzo de
1962, desde la isla de Saint-Pierre, el Administrador Apostólico y el
Vicecónsul de España, habían pedido al Apostolado del Mar español el envío de
un capellán que estudiase “in situ” la atención a los pescadores que recalaban
en la isla, cada vez más numerosos. Aquel mismo verano, el capellán del Club
“Stella Maris” de Santander, Guillermo Altuna, en viaje relámpago en avión,
conseguía en tiempo record (mes y medio) poner en marcha un Club en Saint-Pierre.
En setiembre el sacerdote guipuzcoano Alberto Gárate lo mantuvo por tres meses.
Al final de ese periodo, Gárate decidió no volver. Yo seguía en el puerto de
Santander y Altuna me convenció para que llenase esa baja inesperada. Cambiaba
mi futuro; de mi previsto trabajo en el mundo de la mercante, al casi desconocido
de la pesca.
SÁNCHEZ
ERAUSKIN, Xabier: “Terranova y Saint Pierre
en la década
dorada de las parejas: Recuerdos y experiencias de un superviviente
(1963-1970)”,
Itsas Memoria.
Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 8, Untzi Museoa-Museo
Naval,
Donostia-San Sebastián, 2016, pp. 481-516.
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