LA ESPIRITUALIDAD DE LOS MARINOS Y PESCADORES
Pe. Alfredo J. Gonçalves, CS

Yo mismo he
nacido en una isla portuguesa – Madera – y todos los días me deparaba con las
olas del mar, ellas me han hecho desarrollar sueños de aventuras por el océano
y, aunque jamás los haya realizado, he me dado cuenta de la fuerte atracción
que ejerce la tierra firme para quien se encuentra sobre las aguas. Tierra y
agua constituyen dos polos que mutua y contradictoriamente se atraen y se
excluyen.
Hay un poema de
Fernando Pessoa que expresa muy bien lo que estamos tratando de decir. Voy a
citarlo en portugués. Quizás alguien pueda después traducirlo:
“Oh mar salgado, quanto de teu sal são lágrimas de Portugal
Por te cruzarmos,
quantas noivas ficarão por casar,
Quantas mães e viúvas
vivem a chorar!
Valeu a pena?
Tudo vale a pena quando
a alma não é pequena.
Pois Deus ao mar o
abismo deu,
Mas nele é que espelhou
o céu!”
Oh mar salado, cuanto de su
sal, son lagrimas de Portugal
Por ti cruzaron, cuantas
novias se quedaron sin casar
Cuantas madres y viudas
viven para llorar
¿Valio La pena?
Todo vale pena cuando el
alma es pequeña
Pues Dios al mar, abismo
dio
Este concepto de
saudade puede servir de puente para plantear el tema de “la espiritualidad de
los marinos y pescadores”. Desde San Agustín hasta los días de hoy, pasando por
los documentos de la
Doctrina Social de la Iglesia , sabemos que todos somos extranjeros en
la ciudad terrestre, caminando hacia la ciudad de Dios. No es difícil imaginar
que entre los marinos y pescadores, además del sueño de volver a su familia y,
como ciudadano, a su patria, también “tiene
el corazón inquieto hasta que no descansa en Dios”, para seguir con San
Agustín. El mismo Jesucristo transforma los pescadores en sus primeros
apóstoles, tal vez para recordarnos que estos hombres del mar tienen gran
sensibilidad para todos aquellos que buscan la patria definitiva.
El mar tiene sus
riesgos y “sus abismos”, para seguir Fernando Pessoa, pero alarga el alma, no
permite que se quede pequeña. Navegar sobre las olas hace reflexionar sobre lo
importante que es tener los pies sobre la tierra firme. Por otro lado, hace
reflexionar también en la grandeza de los océanos, del planeta, del firmamento,
del universo e del mismo Creador. Navegar días o meses sobre el agua, entre el
azul del mar y el azul del cielo, lleva a mantener el espíritu abierto a la
presencia de Dios.
Documentos de la Iglesia
Dentro de la Doctrina Social de
la Iglesia
podemos detenernos sobre algunos documentos directamente vinculados al tema de
la movilidad humana, de forma particular al Apostolado del Mar: Exsul Familia, Pastoralis Migratorum Cura, Erga Migrantes Cartitas Christi, el Documento de Aparecida, entre otros. En
ellos aparece la solicitud de la
Iglesia , no solamente con los marinos e pescadores, pero con
todos los emigrantes, inmigrantes, refugiados, itinerantes, errantes, prófugos,
etc. La misma historia de Jesús, como bien sabemos, es una trayectoria de
migración. A la hora de su nacimiento, José y María estaban fuera de su región
y para ellos “no había lugar dentro de
casa” (Lc 2,7). Jesús tuvo que nacer en una gruta, entre animales. Tras la
persecución de Herodes, tuvieran nuevamente que refugiar-se en Egipto, en una
aventura llena de peligros. También su crucifixión ocurrió fuera de los muros
de Jerusalén. En verdad, Jesús nace y muere en la frontera de la ciudadanía. La
frontera es como una especie de no lugar – utopía – donde el Reino de Dios
tiene sus raíces más profundas. El que pasa por la experiencia del no lugar, se
encuentra más abierto a los cambios y sorpresas de la historia y, por eso, a la
acción de la gracia de Dios en la trayectoria de la humanidad. Así que la
solidaridad para con los pobres o víctimas de nuestras sociedades asimétricas e
injustas es, en nuestro caso de la
Pastoral de la Movilidad Humana , la solidaridad para con Jesús
en nuestros hermanos peregrinos en la tierra, en el mar y en el aire. “Yo era peregrino y me acogiste” (Mt
25,35).
El
Papa Paulo VI ha publicado dos documentos donde aparece la preocupación con el
Apostolado del Mar. El primer fue Pastoralis
Migratorum Cura, carta apostólica en forma de “motu proprio”, sobre el
cuidado apostólico para con los migrantes. En el capítulo reservado a la Sagrada Congregación
para los Obispos, siguen algunas atribuciones, ya sea de la misma Congregación,
ya sea del Consejo Pontificio para las Migraciones, como también de las obras
para el Apostolado del Mar, del aire y de los nómadas.
También en la carta apostólica Apostolicae Caritatis, nuevamente “motu
proprio” de 1970, sobre la Pastoral de las Migraciones y del Turismo, se repite
el cuidado especial de Paulo VI para con los emigrantes, para con el Apostolado
del Mar, el Apostolado del Aire y el Apostolado de los Nómadas.
Notase que esas tres categorías siempre
aparecen juntas. El marino, el aviador y el nómada representan personas en
constante peregrinación. No tienen lugar fijo. Es como se caminaran con su casa
a las espaldas, respectivamente, el navío, el avión o la carpa. Recuerdan, por
eso, la condición de cada uno de nosotros sobre la faz de la tierra: camineros
en tierra extraña, en el desierto, en búsqueda de la Casa de Dios. Se amplia aquí
la espiritualidad de los marinos y de los pescadores como condición de la
espiritualidad de quien trabaja con la movilidad humana, pero también como
elemento de toda la espiritualidad humana. El marinero y el pescador,
caminantes por necesidad de su trabajo, son como prototipos de todos los
caminantes que en la travesía del desierto de la tierra sufren y sueñan con el
oasis del cielo.
Erga Migrantes Caritas Christi
Tanto la
Instrucción Era Migrantes Caritas Christi,
del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes y los Itinerantes,
cuanto los escritos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, para la Jornada de las
Migraciones, han insistido sobre el tema de las migraciones como “señal de los
tiempos”, lo que exige una atención permanente de la Iglesia y de los
cristianos. El documento retoma el espíritu del Concilio Vaticano II y, citando
el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia, Christus Dominus, sobre la temática de
los migrantes, concluye que “debido a la condición de vida, no poden gozar
suficientemente del común y ordinario cuidado pastoral de los párrocos, o son
privados de todo, como son los numerosos migrantes, los exilados, los prófugos,
los marinos, los aviadores, los nómadas y otras semejantes categorías de
personas”.
Y continua el
documento: “finalmente los padres conciliares invitan las conferencias
episcopales, sobretodo las nacionales, a dedicaren especial atención a los
problemas más urgentes referentes a las categorías humanas mencionadas” (EMCC, nº 21). Una vez más, se constata,
también en el Vaticano II, que las categorías de trabajadores del mar (marinos
y pescadores), aviadores y nómadas caminan lado a lado en la preocupación de la
Iglesia. Son aquellos que tienen los pies fuera de la tierra y de la patria y,
quizás, el corazón y la cabeza en búsqueda de otra patria. Tienden, por eso, a
una mayor abertura a la presencia y acción de Dios en los caminos de la
humanidad. Tal vez que, como los pájaros, se encuentren más libres de tantas
cosas que normalmente nos prenden el corazón en la tierra.
Pero dos grandes
novedades de la Erga Migrantes Caritas
Christi tienen que ver con nuestro tema. La primera es que el documento
destaca la importancia de una integración entre los dos polos de la migración:
“es indispensable que entre las Iglesias de origen y aquellas de llegada de las
corrientes migratorias se instaure una intensa colaboración”. En el caso del
Apostolado del Mar, hay varios orígenes y varios destinos a la vez. De ahí la
necesidad de casas y de servicios de acogida en los principales puertos de paso
(Santos, Callao, Iquique, Panamá, solo para citar algunos), como por ejemplo
los Stella Maris. Ahí se posibilita un intercambio cultural de valores
distintos que a todos puede traer nuevas y sorprendentes riquezas.
Con esa
posibilidad llegamos a la segunda novedad del documento. Los encuentros de los
marinos en casas apropiadas para ello, los convierten en verdaderos misioneros.
De hecho en el encuentro de distintos pueblos y distintas culturas en un
espacio único, los mismos migrantes se vuelven evangelizadores unos de los
otros. Es lo que la
Doctrina Social de la Iglesia ha repetido numerosas veces al acentuar
la idea de que en cada corazón humano y en el corazón de cada cultura existen
semillas del Verbo de Dios. Estas semillas no pueden dejar de migrar junto a
los grupos de migrantes. Más adelante, volveremos a ese tema en el Documento de Aparecida y en las
preocupaciones del Papa Benedicto XVI.
Por el momento,
vale la pena subrayar la importancia del capelán misionero de los migrantes,
donde también se incluye el capelán del Apostolado del Mar. Recuerda el texto
en la parte III que el “capelán misionero deberá ser el hombre-puente, que pone
la comunidad de los migrantes en comunicación con aquella de acogida (…). El
capelán misionero de los migrantes, aunque fundamente su pastoral considerando
el aspecto étnico y lingüístico, sabe muy bien que la asistencia de los
migrantes debe traducirse también en construcción de una Iglesia con el sello
ecuménico y misionero” (EMCC, nº 77).
En cuanto a los marinos y pescadores, para que ellos se sientan parte de la Iglesia , es importante que
encuentren en cada porto la posibilidad real de expresar su fe, ya sea con la
presencia del capelán en los navíos, ya sea con lugares apropiados para que
puedan encontrar-se.
Documento de Aparecida
La V Conferencia
General del Episcopado Latino-americano y Caribeño tuvo claramente un hilo
conductor y una motivación subyacente. El hilo conductor está en el título
general del documento, pero también en los títulos de casi todos los capítulos.
Se trata de la vida, es decir, que nuestros pueblos latino-americanos y
caribeños, en Jesucristo, tengan vida y vida en plenitud. En este sentido, no
hace falta recordar, la vida de los pueblos depende de la defensa de la
biodiversidad, o sea, de todas formas de vida.
La motivación que
subyace al documento es el Pentecostés. De la misma forma que el Pentecostés al
inicio de la Iglesia
ha transformado los discípulos en misioneros de la Buena Nueva del
Evangelio, hoy en América Latina y Caribe somos invitados a un nuevo
Pentecostés, para que cada bautizado, cada pastoral, cada movimiento, cada
comunidad, cada parroquia, cada diócesis, en fin, para que toda la Iglesia vuelva a ser
misionera. Una vez más, estamos aquí en la atmósfera del Vaticano II, sea en el
decreto Ad Gentes sobre la actividad
misionera de la Iglesia ,
sea en la constitución dogmática Lumen
Gentium, sobre la Iglesia ,
invitada a ser toda ella misionera.
Lo primero que
llama la atención es que los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, vuelven una
fuerte mirada pastoral hacia los migrantes, tratando de sensibilizarse y
sensibilizar toda la sociedad frente al dolor y a los sueños de ellos.
Diferentemente de las tres primeras conferencias – Río de Janeiro, Medellín y
Puebla – y al igual que la conferencia de Santo Domingo, los obispos reservan
todo un subtítulo para el fenómeno de la movilidad humana. Además de esos
números dedicados al solo problema de las migraciones, los pastores se refieren
a esa temática en el decorrer de todo el texto. Uno de los fenómenos más
importantes en nuestros países” – constatan los obispos en Aparecida – “es el
proceso de movilidad humana en que millones de personas migran o se ven
forzadas a migrar dentro y fuera de sus respectivos países” (DA, n°
73).
No seria difícil
pensar en los marinos y los pescadores cuando, en Aparecida, los obispos
insisten que “esa diversidad [de migrantes] incluye comunidades que se han
formado con la llegada de diferentes denominaciones cristianas y otros grupos
religiosos. Asumir la diversidad cultural, que es el imperativo del momento,
necesita superar los discursos que pretenden uniformizar la cultura, con
enfoques de modelos únicos” (DA, nº
59).
Entre los rostros
que más sufren y que representan la imagen del mismo Jesucristo sufriente,
expresión que viene de la Conferencia Episcopal de Puebla (nº 31-39), los
obispos agregan el de los migrantes. Y luego dicen que “es expresión de
caridad, también eclesial, el acompañamiento pastoral a los migrantes. Hay
millones de personas que por diferentes motivos están en constante movilidad.
En la América Latina
y Caribe los emigrantes, desplazados y refugiados, sobretodo por causas
económicas, políticas y de violencia, constituyen un hecho nuevo e dramático”
(DA, nº 411). En “constante movilidad” se encuentran igualmente los marinos y
los pescadores, aún más necesitados de atención por moverse no sobre la tierra,
sino sobre las aguas.
Elementos de Espiritualidad
Desde esa
realidad, el documento apunta en tres direcciones que nos ayudan a plantear la
espiritualidad a partir de los marinos y pescadores. La primera es que “la Iglesia , como madre, debe
sentirse como iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno
creciente de la movilidad humana, en sus diversos sectores”, lo que incluye
naturalmente el Apostolado del Mar. Y sigue el texto: “[La Iglesia ] considera
indispensable el desarrollo de una mentalidad y espiritualidad de servicio
pastoral a los hermanos en movilidad, estableciendo estructuras nacionales y
diocesanas apropiadas que faciliten el encuentro del extranjero con la Iglesia particular de
acogida” (DA, nº 412). Claramente
estamos frente a la actitud del Buen Pastor. Este se preocupa, ante todo, por
las ovejas más distantes, más enfermas, más vulnerables, más frágiles y
debilitadas. No hay que olvidar que, hoy día, tanto los marinos cuanto los
pescadores, son categorías extremamente vulnerables a la ganancia de las
grandes empresas de transporte marinero, por una parte, o a la pesca industrial
y predatoria, por otra. La mirada de pastor es aquella que es capaz de dejar
las noventa y nueve ovejas del rebaño para detenerse sobre las heridas y
cicatrices de aquellas que son víctimas de explotación y abandono.
El segundo
aspecto es, una vez más, la insistencia del documento sobre la responsabilidad
de las Iglesias particulares de los dos polos de migración. “Para lograr ese
objetivo [de acogida a los migrantes] se hace necesario reforzar el diálogo y
la cooperación de salida y acogida entre las Iglesias, a fin de dar atención
humanitaria y pastoral a los que se movilizan, apoyándolos en su religiosidad y
valorando sus expresiones culturales en
todo lo que dice respecto al Evangelio” (DA,
nº 413). Como se puede constatar, este aspecto es decisivo. Si aquel que se
encuentra en permanente movilidad, como es el caso del marino, puede contar en
cada puerto con ambientes eclesiales, tiende mucho más fácilmente a mantener su
fe y esperanza. Donde quiera que se encuentre, la Iglesia , a través del capelán
o de otros misioneros, estará presente. Como decía Mons. Scalabrini, el padre y
apóstol de los migrantes, fundador de las congregaciones e institutos que hoy
tienen el carisma de trabajar con la movilidad humana, “donde trabaja y sufre
el migrante, ahí está la
Iglesia ”.
Se miramos a la Primera Carta de
Pedro, escrita “a los que viven dispersos como extranjeros”, el Apóstol va a
decirles que la unión entre ellos es la “casa de Dios”. Casa en este contexto
comporta un doble significado: es un ambiente familiar donde la persona
encuentra refugio, amistad y solidaridad, pero el concepto tiene también el
sinónimo de patria, de reencuentro con un suelo seguro y sólido. Es lo que
pueden ofrecer los centros de Stella Maris y la Pastoral de los
Pescadores.
Por fin, el Documento de Aparecida desafía los
inmigrantes a convertirse, a su vez, en discípulos y misioneros en sus lugares
de destino. En este tercer aspecto, los marinos y pescadores son interpelados e
invitados a transformarse, ellos mismos, en evangelizadores. Citando nuevamente
a Mons. Scalabrini, la migración se vuelve camino de evangelización. Al cruzar
los mares y los puertos, esos trabajadores llevan con ellos los valores y
expresiones de su cultura. El entrelazamiento de esos valores, es factor innegable
de evangelización. El migrante, al mismo tiempo que cuestiona el orden mundial
injusto, el cual obliga a tantas personas a dejar su patria, apunta para la
necesidad de cambios de las estructuras económicas y sociales. En una palabra,
se vuelve profeta de nuevos tiempos. Además, para volver a Scalabrini, abre las
fronteras de su patria en términos del sueño de una ciudadanía universal.
En el caso
concreto de los marinos y pescadores, el tema del medio ambiente hace parte de
su preocupación y, por supuesto, de su espiritualidad. De hecho, cuando se
contaminan las aguas de los ríos y de los mares, el pez se muere. Y si se muere
el pez, no hay como alimentar la familia. Así que, el cuidado ecológico con la
biodiversidad es, a la vez, el cuidado con la vida de cada uno. El ecosistema
es una obra de Dios que debe ser preservada para que la vida humana también lo
sea. Resulta entonces, que una actitud de contemplación frente a la creación
divina gana primacía sobre el uso indiscriminado de los recursos naturales. La
explotación incorrecta y el uso injusto de los bienes de la naturaleza es
sustituida por una convivencia y coexistencia pacífica y contemplativa.
Pluralismo cultural e religioso
Podemos iniciar
este último párrafo con una frase de Benedicto XVI: “La realidad de las
migraciones no debe nunca ser vista solo como problema, pero también y
sobretodo como gran recurso para el camino de la humanidad” (Ângelus, 14/01/07). Volvemos aquí a la Instrucción Erga
Migrantes Caritas Christi, en su segunda parte. Está en juego el tema de la
inculturación, con sus dificultades y desafíos. Hoy vivimos en una sociedad
cada vez más plural, ya sea desde el punto de vista cultural, ya sea desde el
punto de vista religioso. Especialmente los migrantes, y de manera especial los
marinos, se encuentran a cada día con los “mil rostros del otro”. Esos seguidos
encuentros con el otro exigen una profunda espiritualidad cristiana, si se
quiere aportar algo de la
Buena Nueva de Jesucristo a la riqueza espiritual de la
humanidad. Hay que desarrollar una fuerte intimidad con el Dios de Jesús, al
lado de un gran conocimiento del Evangelio, si se pretende un encuentro
enriquecedor con otras experiencias religiosas.
En esta
perspectiva, son importantes palabras como: escucha, dialogo, respecto,
apertura, en el sentido de evaluar los valores y contravalores de cada cultura.
“Aquí no basta la tolerancia” – afirma la Instrucción – “es
necesario simpatía y respeto, en aquello que es posible, de la identidad
cultural de los interlocutores. Reconocer los aspectos positivos y apreciarlos,
porque preparan para acoger el Evangelio, es un preámbulo necesario para el
éxito del anuncio” (EMCC, nº 36).
Estamos hablando
del paso del multiculturalismo al inter culturalismo. Los marinos en sus largos
recorridos y en sus encuentros y reencuentros con distintas nacionalidades, nos
enseñan que no basta una convivencia pacífica entre los pueblos y culturas diferentes.
Es necesario avanzar más lejos, promover el encuentro y el diálogo, para lograr
un enriquecimiento recíproco. Muchas culturas pueden estar juntas, pero
cerradas una delante de la otra. ¿Cómo romper estos “guetos” que impiden la
comunicación? ¿Cómo darse cuenta de la presencia de Dios en cada hermano y en
cada cultura? En la Iglesia
no hay extranjeros, somos todos hermanos, nos recuerda el Papa Benedicto XVI.
Mientras para muchos gobiernos y para las autoridades de las leyes migratorias
en general, el migrante suele ser un problema, para el Papa y para nosotros de la Pastoral de la Movilidad Humana ,
el migrante debe ser una oportunidad. El gran desafío es la superación de la
tolerancia religiosa y cultural y el paso a un inter culturalismo que a todos
puede abrir nuevas puertas para el Reino de Dios.
Conclusión
El tránsito
continuo entre tierra, mar y cielo, propio de los marinos y de los pescadores,
ayuda a ampliar los horizontes y el sentido mismo de la vida. Uno se da cuenta,
con más facilidad que su travesía por la faz del planeta tierra es rápida y
provisoria. Se desprende más fácilmente de los bienes terrenos, en la búsqueda
del infinito. Cuando uno descubre que la vida terrena es efímera, fugaz,
pasajera y transitoria, pasa a identificar y valorizar a distintos valores, a
la vez invisibles y eternos.
Eso se traduce en
varias parábolas del Evangelio, como el tesoro oculto en el campo, la moneda
perdida, el avariento que muere aquella misma noche, entre otras. El hecho de
tener los pies ora en el suelo firme ora en el agua, hace con que los marinos y
pescadores, aunque tengan raíces profundas en los dos campos, están
teóricamente más capacitados para arrancarlas, y caminar en búsqueda de la
patria celeste.
La vida de las gentes del mar, por largos días e meses sobre el balance
de las olas, enseña reflexionar, a darse cuenta de las cosas superfluas o
relativas, para concentrarse en las cosas esenciales y en el Gran Absoluto. Es
un trabajo y una vida propensa a desarrollar momentos místicos, llenos de
gracia y sabiduría. También la alternancia entre presencia y ausencia de la
familia, por más extraño que parezca, puede ayudar a valorizar los valores
familiares, de vecindad, de proximidad, de convivencia fraterna. De ahí, por
ejemplo, la gran necesidad que tienen ellos de comunicarse con sus parientes
cuando llegan al puerto
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